Tener un banco es uno de los grandes hitos a los que aspira cualquier grupo financiero. No es casualidad que, en toda América Latina, con frecuencia se presenten solicitudes de nuevas licencias bancarias. Para muchos conglomerados, alcanzar ese estatus significa entrar en “la primera división” del sistema financiero: acceso a fondeo más robusto, mayor alcance regulatorio y la posibilidad de crear productos que definan mercados enteros.
Sin embargo, el verdadero debate no es cuántos bancos más necesitamos, sino qué tipo de bancos necesitamos. Porque otro banco que haga exactamente lo mismo que los existentes no cambiará nada. Lo que la región demanda con urgencia son bancos que entiendan las necesidades específicas de sectores que hasta ahora han sido relegados o mal atendidos.
Pensemos en las PYMEs: motor del empleo en América Latina, pero con el acceso al crédito aún limitado y costoso. Un banco diseñado con productos, procesos y tecnología pensados desde cero para estas empresas podría detonar productividad y crecimiento en la región.
Miremos también a las industrias emergentes, como el mundo crypto y blockchain. La falta de servicios bancarios adecuados ha dejado a miles de emprendedores en la informalidad o a merced de intermediarios internacionales que cobran caro. Un banco que se atreva a entender y regular de manera inteligente estos sectores podría convertirse en un líder continental.
Otro frente son las exportaciones, clave para países como México, Brasil, Chile o Colombia. Muchas pequeñas y medianas empresas exportadoras enfrentan enormes trabas para recibir pagos internacionales, acceder a coberturas cambiarias o simplificar procesos de comercio exterior. ¿Por qué no un banco especializado en convertir esas barreras en ventajas competitivas?
Lo fascinante es que el momento nunca había sido tan propicio. La digitalización, los modelos de banca 100% online, el crecimiento del fintech y el interés global por América Latina han creado un escenario en el que abrir un banco ya no es un sueño imposible reservado a gigantes financieros. Hoy, con visión, capital y un marco regulatorio sólido, es posible construir bancos diferentes, ágiles y con un impacto real en la vida de millones.
Claro, no se trata solo de levantar una licencia. Se trata de pensar en propuestas de valor diferenciadas, en modelos que no repitan el pasado, sino que miren al futuro:
- Bancos que hablen el idioma de las startups.
- Bancos que entiendan la dinámica de las economías verdes.
- Bancos que apoyen el crecimiento internacional de las empresas latinoamericanas.
- Bancos que ofrezcan productos simples, digitales y confiables para una población que todavía vive mayoritariamente en efectivo.
En pocas palabras: Latinoamérica no necesita más bancos por cantidad, sino más bancos por calidad. La región está hambrienta de instituciones financieras que asuman riesgos inteligentes, que se atrevan a innovar y que pongan al usuario —no al trámite— en el centro.
La pregunta no es si necesitamos más bancos. La pregunta es: ¿quién será el próximo en construir el banco que América Latina realmente necesita?